HABÍA UNA VEZ... UN CIRCO
Cuando somos niños, vivimos, sentimos, gozamos de nuestra
esencia más
pura. Es como beber de la fuente eterna de aguas cristalinas. Es la etapa donde
estamos conectados con esa totalidad de manera sencilla y lo más importante sin ningún tipo de prejuicio. Por esa razón actualmente escuchamos a más de uno decir:
“-Todo era más sencillo cuando éramos niños, no había preocupaciones ni nada.-”
¿Cuánto dura este romance? No lo se. Vamos perdiendo o vamos saliendo
de ese estado de diferentes maneras. Algunos de forma violenta, otros con
frases muy típicas
de los adultos.
"-Compórtate, que ya no eres un niño-“
Creo que la expresión ultima, es un clásico que hemos escuchado a nuestros
padres e incluso nosotros mismos lo hemos pronunciado en algún momento o varios momentos. Y no solo
lo hemos dicho a nuestros hijos, si no a las personas con ese comportamiento
"poco maduro" porque según las normas de la sociedad debemos
comportarnos o ser de la forma que piden los estándares "normales" para ser
normales y ser aceptados en esta sociedad.
Creo que esta ultima expresión va ligado con algo tan natural que necesita el ser humano para integrar un grupo y ser aceptado. A pesar que nuestra parte interna nos diga lo contrario. A continuación narraré una experiencia de mi niñez, lo cual narra estos sentimientos. (Ser aceptado y/o actuar de una determinada manera para ser parte de un grupo)
Creo que esta ultima expresión va ligado con algo tan natural que necesita el ser humano para integrar un grupo y ser aceptado. A pesar que nuestra parte interna nos diga lo contrario. A continuación narraré una experiencia de mi niñez, lo cual narra estos sentimientos. (Ser aceptado y/o actuar de una determinada manera para ser parte de un grupo)
Tenía unos ocho o nueve años. La calle era mi segundo hogar, era
el lugar donde compartía
una serie de aventuras con los niños de mi barrio. Detrás de la casa de mis padres había un polvoriento
"parque" eso era un proyecto
de parque, no había
más
que arboles de eucalipto y una "canchita de fútbol" al lado de aquella
canchita de fútbol existía
un espacio polvoriento, muy seco. En aquel lugar se instalaban de manera
itinerante los circos de barrio. Eran circos muy baratos. El circo como era
costumbre en Lima montaban los escenarios en los meses de julio, coincidiendo
con el aniversario patrio. Estos circos llegaban con animales enjaulados,
monos, perros acróbatas,
payasos y un sin fin de personajes que garantizaban un gran espectáculo. En aquel entonces, pedir a mi
madre dinero para ver el circo era impensable, es más ni se lo pedía.
Dentro de mí había un fuerte deseo de ver el show. Me conformaba ir día a día a ver los animales enjaulados y recorrer la parte externa del circo. En esas idas y venidas aparece un amigo del barrio que era mucho mas inquieto y pícaro para saltarse las normas. Me comentaba que habían entrado sin pagar otros amigos del barrio.
Los días transcurrían, me había convertido en un espectador externo de los diferentes shows que daba el circo, me paseaba rodeando el circo escuchando o imaginando lo que podría estar pasando dentro. Por otro lado tenía a mi amigo diciéndome o animándome para "zamparnos" entrar sin pagar, eso no iba en línea con lo que sentía. Simplemente tenía miedo, que nos descubriesen. Él me decía para pasar por debajo del alambrado.
Dentro de mí había un fuerte deseo de ver el show. Me conformaba ir día a día a ver los animales enjaulados y recorrer la parte externa del circo. En esas idas y venidas aparece un amigo del barrio que era mucho mas inquieto y pícaro para saltarse las normas. Me comentaba que habían entrado sin pagar otros amigos del barrio.
Los días transcurrían, me había convertido en un espectador externo de los diferentes shows que daba el circo, me paseaba rodeando el circo escuchando o imaginando lo que podría estar pasando dentro. Por otro lado tenía a mi amigo diciéndome o animándome para "zamparnos" entrar sin pagar, eso no iba en línea con lo que sentía. Simplemente tenía miedo, que nos descubriesen. Él me decía para pasar por debajo del alambrado.
-No tengas miedo.-
Era lo que repetía. Mi reputación estaba en juego, este amigo muy
avispado era menor que yo y si él
se atrevía
porque no podría
hacerlo yo., además
había
un detonante más
grande, si no iba el contaría
al resto que me eché para atrás en algo que supuestamente todos los
niños
lo hacían.
Acepte la propuesta
con el corazón
en mis manos. Aquella noche decidimos ingresar al circo. Pasamos el alambrado
en el descuido del vigilante, rápidamente
levantamos el toldo del circo y ya estábamos dentro. Nos metimos rápidamente entre las largas tablas que
servían
de asientos, trepamos como monos y teníamos el circo a nuestros pies. Para
esto nos ubicamos en la parte alta, mezclándonos con las familias que pagaron una
entrada. Allí
había
muchos conocidos del barrio, entre vecinos y otros amiguitos que vestían para la ocasión ropa limpia. Nosotros estábamos llenos de tierra de arriba a
abajo. Esperábamos el último silbatazo para dar inicio al
"espectáculo".
Me sentí
muy bien por un instante, me decía -"ya pasó lo peor"-
la música acompañaba mi desacelere del corazón.
la música acompañaba mi desacelere del corazón.
A través de los parlantes anunciaban el inicio
del espectáculo,
ambos nos mirábamos
con cierta complicidad. Todo no fue color rosa, a lo lejos veo al boletero, mi
corazón
automáticamente
se revolucionó.
Lentamente nos alejábamos de las garras de aquel hombre
moreno de gorra gris. Mi compañero de
aventura se movía
de forma acróbata
entre los asientos, yo movía
mi trasero centímetro
a centímetro,
un frío recorría
mi estomago hasta la punta de mis cabellos. El hombre iba pidiendo los boletos,
su mirada se dirigía
hacia mi amigo que llamaba mucho la atención con sus movimientos histriónicos, parecía un mono dando saltos de arriba abajo.
El hombre se acercaba cada vez más y nosotros ya no teníamos escapatoria, me quede paralizado
ante la mirada hipnotizadora que me lanzó, me pidió el boleto de entrada, me quede mudo, rápidamente hizo el mismo gesto a mi
compañero
de aventura, lo cual el silencio hizo retumbar el circo, era como si la música, el ruido de fondo de las
conversaciones no existieran. Bajo ese ese estado bajamos de las gradas y nos
invito a salir, nos cogió
amablemente de los hombros, sin ejercer ninguna presión. Caminaba levantando polvillo con mis
zapatillas que algún
día
fueron blancas, en mi mente solo habitaba una duda.
¿Nos golpeará? en ese tipo de situaciones este tipo
de gente solía
ser violenta con los niños
que entraban sin pagar. Los pasos parecían eternos, la noche olía a dolor en mi flaco trasero, atravesamos la entrada principal y esperaba la patada que me lanzaría varios metros del cerco del circo, al llegar al alambrado, él aun nos tenía sujetado por los hombros. Mi mirada
se deslizo suplicante hacia aquel hombre, sus movimientos eran automáticos, abrió el cerco y nos dejó. El frío dejo de recorrer mi cuerpo. El corazón seguía latiendo sin parar. Mi compañero y yo seguimos en silencio hasta
nuestras casas.
Aquella noche aprendí una lección… “solo puedo hacer y ser lo que mi corazón me diga y no lo que diga el resto” no tengo que contentar a nadie, para integrar o ser aceptado, me
debo a mi mismo para sentir el mundo en cada paso en cada aroma, en cada caída, esas serán mis caídas y mis méritos.
Carlos Colonia B.
25 marzo 2013